jueves, 15 de noviembre de 2012

Clase 12 de noviembre_adolescencia



Como ya se ha comentado en el blog, el pasado lunes empezamos el tema de la adolescencia en clase de Aprendizaje y Desarrollo de la Personalidad.

En el primer ejercicio, el del texto, a nuestro grupo (María, Adhara, Jose y Rafael) le tocó leer un texto de la novela “Saber perder”, de David Trueba, acerca de una adolescente llamada Sylvia, quien nos describe su entorno más cercano, el centro de estudios.

Nos llamaron la atención varios aspectos de Silvia:

-  Su carácter crítico: tiene definidos los perfiles tanto de compañeros como de profesores y describe lo que le gusta y no le gusta de cada uno de ellos.

-  Falta de motivación: es evidente que ninguno de sus profesores la motiva o hace que se interese por las clases.

-   Despertar sexual: el texto comienza con una reflexión de ella acerca de sus compañeros de clase y confiesa que ninguno de ellos la atrae lo suficiente.

- Complejos físicos: describe los suyos propios y también describe algunos de los defectos de sus compañeros, como crecimiento desproporcionado, miembros desgarbados, pechos excesivamente grandes, espinillas, etc.

- Prisa por madurar: Sylvia confiesa que, si por ella fuera, se saltaría todo el proceso de madurez. Desearía despertarse mañana siendo ya adulta. La adolescencia le resulta un proceso largo y no quiere tener que pasar por ello.

Todos hemos sido adolescentes y creo que podemos identificarnos si no con todos, al menos con alguno de estos aspectos. Al menos yo personalmente lo de los complejos (siempre fui excesivamente delgada) y lo de querer saltarme de golpe varios años lo pensaba mucho en varias ocasiones.

El segundo ejercicio, el fragmento sobre la película Gran Torino, nos hizo reflexionar sobre el proceso de madurez del adolescente pero centrado en otro contexto, el entorno laboral.

Nos pareció que, a diferencia de Sylvia, de la que sólo conocemos su entorno escolar, el protagonista del fragmento de película, Thao, se enfrenta a un proceso de madurez para acceder al mundo laboral. No es algo que él busque (se siente bien siendo adolescente) sino que es algo que se encuentra: necesito dinero para poder estudiar = tengo que  encontrar un trabajo = necesito saber desenvolverme en un entorno laboral con adultos.

El profesor que se ofrece a “hacerle un hombre” tiene unos métodos poco ortodoxos pero que enganchan al chaval, ya que le enseña cosas “útiles” para desenvolverse en la vida, no como ocurre con Sylvia, que se encuentra totalmente desmotivada ante lo que le enseñan en la escuela por considerarlo poco útil para la vida real.

A mí este tema me llamó la atención, ya que en mis muchos años siendo profesora particular con adolescentes, me he encontrado a menudo con estudiantes que me preguntaban “¿Y estudiar esto para qué sirve?”… Por ejemplo en Matemáticas, les motiva mucho más el tema de cálculo de porcentajes (que ven aplicable a descuentos, IVA, cálculo de beneficios…, problemas del mundo real) que saber resolver ecuaciones de segundo grado, que les parece algo abstracto y que sólo consiste en ordenar bien un conjunto de números y de signos.

A mí al menos me hizo reflexionar y creo que nos puede servir a todos cuando planteemos los temas en nuestras asignaturas. Buscar la motivación de un adolescente es difícil, pero siempre se pueden buscar trucos. Me ha pasado que, al explicar Historia, los alumnos se enteran mucho más si no te limitas a contarles hechos históricos, fechas y nombres, sino que lo relacionas con el mundo actual. Entienden todo mucho mejor y les interesa más la asignatura.

Grupo: Artes Plásticas + Educación Física

1 comentario:

  1. ENTRE DOS MUNDOS

    Se ha hablado en clase de la relación entre la adolescencia y la vejez. Ambas están en el borde de algo que se asocia como “la vida”, aunque la variedad de matices que conlleva ser adulto puede proporcionarnos una percepción completamente equivocada al respecto. ¿Quién está más vivo, un niño de 8 años o un joven de 25?

    El adolescente se afana por acceder a un mundo que desconoce. El anciano se aferra con todas sus fuerzas a una vida que se le escapa. Ambos se encuentran encerrados en cuerpos extraños, que ya no son lo que eran, que no responden como solían. La persistencia de la biología reclama al uno y margina al otro, aunque la única verdad en ambos casos es que es que se trata de algo inevitable. Lo natural es convertirse en adulto (lo terrible es no hacerse mayor), de la misma manera que lo mejor que nos puede pasar a casi todos es morir de viejos...

    En la pubertad surge una especie de incomodidad con el propio cuerpo, como si no supiéramos muy bien qué hacer con él. Sin previo aviso, nos percatamos de que pasar al siguiente nivel nos transforma precisamente en uno de esos adultos que tanto rechazamos. Deseamos ser aceptados como mayores, pero al mismo tiempo renegamos de unos seres que no entienden nada y han perdido la capacidad de percibir las cosas como realmente son, mientras nos recuerdan una y otra vez que no respondemos a sus expectativas.

    Todo es cuestión de escala y nuestra medida es la que nos dan los demás. El problema del adolescente es que ya no puede compararse con el niño que desaparece: su cuerpo y su mente se lo impiden. O lo que es peor, los cuerpos de sus amigos. No hay nada peor que ser el último de la clase en dar el estirón, o la niña que empieza a desarrollarse cuando los demás mantienen sus rasgos infantiles. Hay una edad en que el elemento de referencia no pueden ser los mayores ni los pequeños, sólo las personas que están en nuestra misma situación. El ímpetu por “la vida” resulta lo único inteligible. En cambio, el anciano descubre día a día cosas que ya no puede hacer, se compara continuamente con lo que era y ya no es. Es incapaz de seguir el ritmo de un mundo que no espera.

    Grupo de Artes Plásticas y Visuales: Laura Lozano, Begoña Ansón, Marta González, Carmen Rodríguez, María J. Uzquiano.

    ResponderEliminar