lunes, 10 de diciembre de 2012

Proceso de identidad y divorcio


Un caso real
 
Aquí estoy y voy a ver si puedo, me cuesta mucho redactar y más si tengo que sacar mis interioridades, me resulta muy difícil explicarme con propiedad y sin soltar algún taco. Todo esto de escribir cosas intimas en un blog para mí es nuevo, inaudito... (siempre los he utilizado para otros fines).

Bueno…, pues vamos allá…

Mi adolescencia quedó aparcada hace muuuuchos años y aún así, a veces me descubro comportándome como una adolescente.

En la última clase de Alejandro, al hablar de desarrollo, etapas, cambios e identidad preguntó si había y cuales serían los posibles sucesos en el transcurso vital de una persona que le hiciesen plantearse quien es y que hace aquí, a la que yo inmediatamente contesté “un divorcio” inmediatamente pensé “¿por qué he contestado eso y tan rápido?” y es obvio, no tardé en darme cuenta de que yo he pasado por uno no hace mucho (3 años), es un hecho que me ha marcado bastante y este bache en mi vida hizo replantearme muchas cosas sobre mi persona, mi vida, sobre quien era yo y como tendría que afrontar la nueva situación en la que me encontraba.

Y os preguntareis ¿a qué viene este rollo que nos está soltando esta tía? Pues esto viene a explicar lo que al principio os he dicho “a veces sigo comportando como una adolescente”. Aunque sea díficil de creer se pasa por un proceso parecido al de la adolescencia. Vuelves a sufrir cambios psicológicos y también físicos (perdí casi 10 kg), vuelves a apoyarte en los amigos como cuando tenías 15 años, la familia te empieza a controlar como si de un crío se tratase. Buscas independencia, no quieres que nadie se haga cargo de ti, y después de un tiempo de duelo y malestar, vuelves a enamorarte (con miedos), a estar flotando en una nube y a hacer y sentir cosas por las que creías nunca volver a experimentar.

Hay momentos en los que piensas que estás hundida, que no saldrás del hoyo y te da igual todo,… pero al final sales, no se como, pero la mente se reorganiza, busca opciones, te centras y vuelves a entrar en el circulo que guía tu vida. Yo he comprobado “en mis carnes” que la vida es un circulo, es cíclica, y en mi caso me ha llevado a aceptarme como soy, a hacer cosas que antes ni por asomo habría hecho, a conocer a más gente y a abrirme a los demás. Estoy contenta conmigo misma. Ya pienso que el divorcio fue bueno por que ha sido el detonante para sacar a una Olga que me gusta más que antes, me ha hecho cambiar, he encontrado otras opciones y me he descubierto a mi misma como una mujer fuerte y “echada pa’lante” a la que no le da miedo enfrentarse a nada. He cambiado muchísimo (bueno… ¡¡¡lo de los tacos no lo he conseguido cambiar!!!, seguiré intentándolo).

Y esto es todo,… bueno, no… aquí estoy a mis años haciendo un Master después de 20 años sin estudiar (es una locura) pero me lo he propuesto y lo voy a conseguir.

Me gusta verme como universitaria otra vez después de tantos años… más que nada por que estoy aprendiendo un montón con vosotros, aprendo sobre mí, he conocido a una gente que me tiene loca de contenta y además me quita años…

Olga Alonso García
Grupo Artes plásticas y visuales y EF

6 comentarios:

  1. Yo pasé por lo mismo y también hace 3 años... ¡qué cosas! En mi caso mi "divorcio" (entiéndase por divorcio ruptura de una relación de más de 7 años) me pilló con 26 años y pasé por lo mismo que tú, me he visto reflejada en lo que sentías y en cómo lo superaste. Creo que lo de los procesos traumáticos no tiene edad.

    ResponderEliminar
  2. Hola Olga, solo quería decirte que yo no he pasado por un divorcio, pero sí por ciertas experiencias que han marcado un antes y un después . Me parece que has hecho un gran ejercicio de síntesis al describir de una manera tan precisa los estados por los que pasamos al cerrar ciertas etapas y la influencia que estas tienen en nuestra identidad y la manera en que nos conocemos mediante esas vivencias. Muchas gracias por escribir con tanta sensibilidad un tema tan complicado. ¡Mucho ánimo en tu aventura universitaria!

    ResponderEliminar
  3. Muchas gracias Olga; también a María y a Alba, por compartir estas experiencias con nosotros, desde luego son grandes lecciones de vida que a veces son muy dolorosas. Me temo que yo también he vivido un divorcio hace 5 años y es verdad que uno se replantea muchas cosas incluyendo ‘¿quien soy yo?’. De una manera para mi, ha sido como quitar las capas como las de una cebolla, para encontrarse con uno mismo de nuevo, ó quizás por primera vez; esto a veces es realmente doloroso, especialmente si nos sentimos muy apegados a esas capas. Pensando en todo esto me vino a la cabeza las siguientes expresiones en ingles: “mid-life crisis” y “life begins at forty”. Nunca en la vida habría pensado que esto me iba a pasar, pero ahora que lo reflexionó, creo que parte de mi proceso se debe a esta crisis de media vida que ha dado lugar a un nuevo comienzo; que también para mí significó volver a la Universidad después de 20 años. Suerte para tod@s, un abrazo, Joanne

    ResponderEliminar
  4. Millones de gracias, Olga, por compartir con todos nosotros este cachito de ti. Es un post muy valioso.

    Personalmente, estoy muy contenta de haberte conocido en este máster, pues como ya te he dicho personalmente en varias ocasiones, me aportas un montón de cosas.

    Gracias, Olga. Un abrazo,

    Esperanza

    ResponderEliminar
  5. Hola, Olga.

    En primer lugar, me gustaría insistir en que eres muy valiente al hablar de estas cosas en el blog. No has contado nada de lo debas avergonzarte, pero reconozco que yo soy incapaz de exponer públicamente cuestiones personales.

    Estoy de acuerdo contigo en que lo mejor que está teniendo el máster es el grupo donde estamos. Yo también estoy encantada y confío en que la relación perdure una vez que el curso haya terminado.

    Coincido con María B. en que estar perdido, no saber quién o qué somos, o sentirnos el margen de lo que nos rodea son situaciones que no están necesariamente vinculadas a la adolescencia. Yo no la recuerdo como una etapa especialmente dura, más allá de los momentos críticos (la explosión hormonal a los trece años y el enfrentamiento directo con mis padres en torno a los diecisiete, además de algún que otro desencuentro entre ambos). Es verdad que yo siempre había sido una niña muy buena y lo seguí siendo después, de ésas que siempre hacen lo que deben y no causan problemas, y tengo la impresión de que los cambios procedieron, más que de mí misma, de cómo se comportaban las personas que me rodeaban; creo que en ellos sí se manifestaban de manera más expresa. En los momentos concretos que he mencionado yo no entendía absolutamente nada de mí ni de los demás, pero me parece que la transformación real de mi mundo tuvo lugar durante los años siguientes y fue entonces cuando viví experiencias que me han marcado con más intensidad.

    Supongo que es diferente sentir que todo se tambalea a tu alrededor cuando tu vida no está encauzada; en ese sentido, tampoco aprecio mucha diferencia hoy en día entre los dieciséis, los veinte y los veinticinco años. Teniendo en cuenta cómo funciona el mundo en que vivimos, lo que se tarda en terminar una carrera (y en ser “algo”), la necesidad de aprender mil y una cosas para conseguir un empleo no definitivo que sólo garantiza inseguridad económica (como muestra, aquí estamos nosotras), la dependencia casi obligada de la familia, la inestabilidad de las relaciones… me parece que los límites del proceso vital (infancia, adolescencia, madurez) son mucho más elásticos ahora que hace cincuenta años.

    De todas formas, para mí se trata de factores externos, el paso del tiempo es inexorable. Digo esto porque he conocido a personas que han seguido el ritmo tradicional mucho más fielmente que yo (se han independizado a una edad temprana y, además, han comenzado una carrera importante en su campo) y, sin embargo, poseían la madurez emocional de críos de quince años tras haber superado la treintena, lo cual me resultaba un tanto incomprensible. Mi conclusión es que vivir una “vida adulta” te puede hacer evolucionar como persona, o no. Tal vez no son tan importantes las cosas que vivimos sino cómo las vivimos, seguir o no el camino trazado, el apoyo que recibimos a la hora de enfrentarnos a los problemas (por muy duros que sean), estar rodeados de una estructura estable de afecto y comprensión y, por supuesto, las personas que nos encontramos por el camino…

    Bueno, con esto completo la dosis de divagación filosófica por hoy.

    Nos vemos en clase.

    María J. Uzquiano – Grupo de Artes Plásticas y Visuales + Educación Física

    ResponderEliminar
  6. Olga. Gracias por tu generosidad y valentia.

    ResponderEliminar